VENT

Este es un blog para mantener un diario de mis impresiones sobre las películas que veo, los libros que leo, la música que escucho, los conciertos a los que asisto. Un sustituto para mi mala memoria. Todas las opiniones son estrictamente personales y si por casualidad lo estás leyendo, admito y agradezco tus comentarios.

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Lugar: Barcelona, Barcelona, Spain

11 octubre 2006

HUMOR, CANDOR , Josep Pla, V

PORQUE SOY CONSERVADOR.

Si el dinero se volatiza y las mujeres pasan y los hombres se enfadan y tienden a la decadencia, si el equilibrio microbiano de nuestra vida es tan precario e incierto, si todo, por el mero hecho de existir, está destinado al la destrucción y la ruina, si de tantas cosas buenas a penas existe recuerdo, si todo cae por la esquina de la fugacidad y del olvido... ¿cómo es posible sospechar que uno pueda dejar de ser conservador? ¿La demencia de nuestra fantasmagoria, no debería tener un límite?

Lo que denominamos, hablando con la máxima generalidad, la civilización pretende ser, sospecho, un esfuerzo para retardar, para construir otras que hagan más soportable la existencia. Ante una naturaleza que lleva en sus propias raíces la devastación de todo lo que no se ajusta a sus cegados instintos, la empresa de la civilización es una alta, magnífica, heroica empresa. Pero que débil es su fuerza...! Es un pequeño artificio, montado a base de la astucia, de la prudencia, de la tenacidad, ante el Megazoo, de la Bestia cósmica imponente.

El hombre, que forma parte de la naturaleza, es un agente espontaneo, inconsciente, de sus impulsos destructores. Pero el hombre posee, así mismo, una chispa de voluntad angélica, y es este imperativo el que puede corregir y a veces desplazar el peso fresco de la bestia. Esta chispa es una lucecita rara. Su luz es pobre y pequeña. Los hombres no son todos iguales. Frecuentemente son radicalmente distintos. Detrás de las más sonrosadas y cándidas facciones humanas frecuentemente hay, adormecida, una bestia. Frecuentemente el hombre se alía con las fuerzas destructoras: se deleita por sumarse, por ofrecer su sagacidad, su diabólica invención, a la aceleración de la marcha devastadora de la naturaleza. Sospechan enseguida que hay una pequeño pasadizo, por perentorio que sea. Considero una insensatez ponerse al servicio, adicionar la vida, la aplicación (grande o pequeña), la actividad, a un tal cometido. No. Como revolución, ya hay suficiente para mi, con la que se produce ante mis ojos, cada día. La naturaleza no necesita ningún aliado; ya es suficientemente fuerte ella misma.

Aquí tenéis esta casa. Es grande y desgarbada. Está rodeada de campos y bosques. Unos árboles crecen pegados a sus paredes. Es una casa antigua que se mantiene más o menos. Se mantiene, simplemente, porque está habitada por unas cuantas personas que hacen lo posible por mantener un modestísimo nivel de vida - pero un nivel de vida cierto. Si la casa quedase durant3e dos o tres años cerrada y deshabitada, quedaría rápidamente destruida. El denominado reino vegetal - no obstante encontrarse la casa en un país de secano - cubriría sus piedras. Las lechuzas levantarían sus tejas; la lluvia penetraría, los techos caerían. La estática del edificio quedaría socavada. Las paredes se resquebrajarían. La carcoma convertiría en polvo las vigas, las puertas y las ventanas. Los pájaros, los dulces pajaritos de la poesía, harían sus nidos y sus deposiciones en los armarios, y las golondrinas bajo las vigas. Por el mero hecho de existir, todo decaería. Porque es sabido que, en este mundo, las cosas suben y bajan. Lo que no sube baja. La naturaleza seguiría, imperturbable, su camino. Los techos caerían uno tras otro, las paredes de derrumbarían. La revolución natural permanente de la naturaleza devoraría el edificio. Al final no quedaría ni rastro de lo que la presencia humana ha mantenido derecho durante tres siglos.

Cultura contra naturaleza: esta es la posición precaria pero digna. El elemento vital de la cultura es la memoria, sobretodo la memoria histórica. El hombre en estado natural no tiene memoria: es la criatura que vive ante la naturaleza en una posición pasiva. El hombre civilizado aspira a tenerla. Vivir con la memoria ávida hasta el grado máximo de lucidez, de la precisión, implica un esfuerzo impresionante. La memoria es dolorosa, triste, amarga. El pasado, los muertos, nuestros muertos, la experiencia transmitida, el testimonio de otras vidas, la palpitación de otras vidas, sus afanes, glorias y miserias... mantener el testimonio de estas cosas es la cultura. Del recuerdo -de la historia- parte siempre lo que el hombre haga de positivo. El resto es salvajismo.. Por eso se trabaja tan frenéticamente, para hace en cada momento tabla rasa del pasado.

La memoria - la cultura-, si no otra cosa, tiene esto de bueno. La memoria ridiculiza. Por ella sabemos que la vida humana comienza un poco antes de las 10 y cuarto de esta mañana. Que desde el punto de vista de la moral, de la bajeza o grandeza, ha sucedido en este mundo todo lo que entre hombres y mujeres puede suceder. Que, por lo que se refiere a las cosas que podemos justificar, por su belleza, el paso del hombre sob3e la tierra, el pasado, el pasado remoto, nos ofrece realizaciones que no han sido superadas, que nunca serán superadas en el futuro. Estas constataciones nos ofrecen, naturalmente, una idea de los límites del hombre, infunden en nuestra vida el sentido del ridículo - que es el sentido de la cultura. Este sentido es favorable y saludable, porque nos hace ver las cosas y los hombres a través de un tinte de pesimismo, nos causa una impresión de nuestras respectivas personas - que yo reputo exacta- de irrisoriedad y de pequeñez.

Yo he visto el Partenón de la Acrópolis de Atenas. Es las construcción más luminosa, mas deslumbrante, que ha alzado, en el curso de los últimos treinta siglos, el hombre de este continente. Es una ruina. En su destrucción han intervenido, claro está, el paso del tiempo. Pero ha contribuido en la parte más mínima. En gran parte, ha sido destruida por los hombres. En la devastación intervinieron, no sólo los griegos, sino los pueblos sucesivos que dominaron la Hélade. Nosotros, los catalanes, en la época del ducado de Atenas, también contribuimos, sin duda para no ser menos.

Monsieur Charles Maurras, que es de lectura provechosa, siempre, llega a los cafés de París, procedente de su natal Provenza, con la intención de escribir poesías y hace la vida de hombre de letras. Al llegar, ve el Louvre quemado, incendiado por las turbas de la Commune de París. Promete dedicar su vida entera a una finalidad antirrevolucionaria. Y así la estética le lleva a la política y influye poderosamente en el pensamiento positivo de la época. En este país ¿qué no hemos vistos los que hemos sobrepasado la cuarentena? Cuanto dolor, cuanta devastación y cuanta ruina! Nuestra existencia ha consistido en una sucesión de convulsiones, de luchas estériles de reacciones durísimas y negativas. Nuestra memoria está poblada de catástrofes indescriptibles.

La cosa de la que he oído hablar más en este país es de futbol. Después, de revolución. Ha habido, en mi época, los que han querido hacer la revolución para hacerla y después los que han querido hacer la revolución para no hacerla. Uno queda perplejo y sorprendido. Como si no hubiera más a hacer!

Así, todo el mundo ha sido, en mi tiempo, revolucionario. Ha existido el revolucionario para hacerla y el revolucionario para evitarla. Habrá habido tantos, revolucionarios, que los que sentimos de alguna manera asco por la palabra constituimos un grupo tan insignificante que no podemos ni montar un tresillo.